Por Marta Miquel Grau
Colaboradora del Ámbito María Corral
Salamanca, España, marzo 2008
Foto: M. Lapid
¿Las cosas han cambiado? No lo sé; depende de qué cosas. Pero lo que sí tengo bastante claro es que hay algunas cosas que perduran y forman parte del ser y del hacer de la persona, independientemente del siglo en el que viva y del rincón del mundo que habite.
Recuerdo cuando yo era pequeña, hace ya unos cuantos años, observaba a menudo y con detenimiento lo que mi madre hacía todos los días –sobre todo durante mis primeros años de colegio– y eso me permitía, o nos permitía, pasar juntas muchos ratos. Se organizaba el día de manera que cuando yo salía del colegio y no tenía deberes, podíamos ir a pasear, al parque, a mirar tiendas, o hacer cualquier cosa con el único fin de estar juntas. Y digo que se «organizaba el día» porque trabajo no le faltaba, claro. Habitualmente las cosas de casa a media tarde ya estaban hechas: todo estaba limpio, las comidas, si no cocinadas, sí pensadas, y la nevera con lo necesario. Imagino también que ir a comprar conmigo –una niña de ocho o nueve años que, evidentemente, todo lo quiere y todo lo toca– no debía ser demasiado fácil.
Al cabo de unos años, cuando yo ya estaba terminando lo que entonces se llamaba Educación General Básica (EGB) o empezando la Formación Profesional (FP), ella comenzó a trabajar fuera de casa. No recuerdo si era todos los días o sólo algunos, pero se dedicaba a cuidar a una mujer mayor que entonces vivía en una residencia en el centro de mi ciudad. Por lo que me explicaba, era un trabajo que le gustaba: salían a pasear un rato, la escuchaba y le hacía compañía. Esto sí, en cuanto a la organización de los trabajos de la casa, el nuevo trabajo implicó un cambio.
En la escuela, seguramente estudié un montón de expresiones que se usan habitualmente en el mundo de los mayores, pero hasta entonces no me quedó claro qué quería decir lo que en catalán se expresa como «hacer sábado». Realmente, es muy cierto que las cosas, y no sólo ahora, entran mejor con la práctica.
Los días de la semana, a mi madre, le pasaban más rápido que de costumbre, por tanto, muchas de las tareas de mantenimiento de casa pasaron a formar parte del paisaje del sábado, un paisaje en el cual, a estas alturas, yo también aportaba mi grano de arena: limpiar, ordenar, ir de compras, es decir, dejarlo todo a punto para descansar el domingo y empezar con buen pie la semana siguiente.
Ahora ya no vivo en casa de mis padres, pero durante los últimos tres años he estado cuidando una niña de seis años y también he podido observar cómo se organiza una familia del siglo XXI. Tanto el padre como la madre trabajan fuera de casa, por tanto, los únicos ratos que les quedan para hacer frente a los trabajos caseros son los fines de semana, preferiblemente, como me decía la madre, el sábado, porque también hay que descansar.
Realmente, «hacer sábado» es necesario, ayer, hoy y siempre. La expresión proviene del Islam y fue tomada por los conversos para remarcar las diferencias con los judíos y musulmanes. En castellano también existe la expresión hacer sábado o zafarrancho. La separación queda clara si se tiene en cuenta que los judíos tienen prohibido trabajar el sábado, mientras que para los musulmanes el día festivo es justo el anterior, el viernes.
Es necesario que repensemos esta expresión y que la hagamos nuestra, pero no solamente en el ámbito familiar, sino también en el personal. Encontrar el momento de «hacer sábado», de ordenar nuestro alrededor, puede ser una buena herramienta para ordenar nuestra vida, nuestro interior, nuestros sentimientos y emociones, para así, hacer más agradable la convivencia en una sociedad tan plural como en la que vivimos.