Por Marta Burguet Arfelis
Doctora en pedagogía
Barcelona, marzo 2011
Foto: airefresco
Entre las muchas preocupaciones de las políticas por el medioambiente está la de la huella ecológica. Se ha descrito esta huella como el impacto medioambiental que una comunidad humana tiene sobre su entorno, tanto por los recursos naturales que utiliza, como por los residuos generados por el consumo del grupo humano. Esta huella se mide por la superficie que se necesita para producir los recursos que consume un ciudadano en un determinado grupo social. Se han establecido ya cálculos de esta huella, en los que se tiene en cuenta hasta incluso la tecnología que se utiliza para producir energía y materiales para elaborar cualquier producto. Todo ello es una muestra más de la elevada preocupación por el medioambiente, sobretodo por lo que se refiere a preservarlo.
Probablemente también en el terreno del medio necesitamos medidas educativas, que a largo plazo lleguen a ser pautas de comportamiento social habituales, y que incorporen en los niños y jóvenes unos valores no demasiado trabajados actualmente. Porque, en definitiva, cuidar el medio implica saber cuidar en general, ya sea al medio mismo, a un ser vivo o a cualquier materia inerte y hasta a los mismos proyectos, amistades o trabajos. Al mismo tiempo, además de incorporar el valor del cuido, la conservación es uno de los valores a tener presente para unas buenas prácticas con relación al medio.
Porque todo lo creado, sea un edificio arquitectónico, una infraestructura urbanística o el dibujo que hace un niño, reclama de un cuido y atención para que pueda conservarse. Sin cuidarlo se estropea. Tanto el mobiliario urbano como una relación laboral, todo requiere un mantenimiento, una atención constante para que no se deteriore. Por otra parte, hemos asociado el hecho de conservar a una tradición que no se puede mover, a una idea fija, a no cambiar y no renovar. A pesar de ello, podemos asociar el hecho de conservar a un punto de vista más creativo. Podríamos hablar de conservar la naturaleza en este sentido dinámico de rehacer y regenerar el medioambiente. Porque la misma naturaleza nos da suficientes ejemplos de regeneración permanente. Es un proceso dinámico, pero que supone atención y cuido. Ahora que se habla ya de la ética del cuidar, podemos aplicarla al medioambiente e intentar implementarla en las aulas.
Una conservación de los espacios, de las propiedades, de todo lo que sentimos que puede mantenerse no implica inmovilidad, sino más bien crecimiento dinámico y preservación de la vida: sea la vida de un entorno natural, sea el dinamismo de un proyecto o de una relación interpersonal. Cuidarla incorpora elementos de conservación que, lejos del inmovilismo, comporta velar por el mantenimiento, por avivar el fuego, por estar atentos a lo que pueda necesitar para que no muera. Quizá éste es un esfuerzo al que no estamos acostumbrados en una sociedad que nos ha habituado a tirar lo que no sirve porque ?al fin y al cabo? resulta más económico que repararlo. Quizá por ello nuestras amistades, cuando necesitan reparación, atención, cuido y mantenimiento, acostumbrados al ámbito mercantil, las tiramos e iniciamos otras nuevas. A menudo crear es más fácil que conservar. Tener iniciativas nuevas, emprender nuevos proyectos pide una energía inicial que, si no comprende también la energía de mantenimiento, probablemente entra en proceso de decrecimiento y enferma.
Al mismo tiempo, se debe tener presente qué hace que cuidemos de la limpieza del propio hogar o del mantenimiento del coche, y no lo hagamos con la naturaleza en general. Quizás el hecho de sentirnos la casa propia, de sentir que somos propietarios del coche, hace emerger esta especie de maternopaternidad. Mientras que, cuanto más macrosocial es una cosa, menos propietarios nos sentimos de ella y más ajeno nos parece también la responsabilidad de su mantenimiento y cuido. O en todo caso, delegamos esta capacidad de velar por las cosas a la administración, como en una especie de infantilismo que remite toda responsabilidad al jefe de turno.
Por otra parte, el uso que hacemos del mismo vehículo también hace que lo cuidemos. ¿Por qué no nos sentimos también haciendo uso de la naturaleza, de la que recibimos unos beneficios alimentarios, y hasta el mismo oxígeno que respiramos y que queman diariamente los miles de aviones que cruzan la atmósfera?
Así como los contemporáneos tenemos derecho a disfrutar de un medio natural sano y equilibrado, también tenemos el deber de velar para que se preserve, ya que no podría ser reemplazado por otro. Quizá en la cuestión del medio se trasluce la misma dificultad que tenemos a cuidar una amistad, a hacer algunas cosas menos efímeras y más perdurables. Al fin y al cabo, innovar y conservar no están reñidos.