Por Sofía Gallego
Psicóloga y pedagoga
Barcelona, enero 2016
Foto: Creative Commons
Es una imagen bastante habitual ver en los diferentes tipos de transportes públicos a personas muy pendientes de sus móviles, casi sin distinción de edad. Estas personas parecen no querer o poder atender a ningún estímulo que no proceda de la pequeña pantalla iluminada ya sea juegos, por consultar WhatsApp o para seguir las incidencias sociales de las llamadas redes sociales: Facebook o Tweeter.
También es frecuente la imagen que se produce en los bares y restaurantes cuando las personas poden a su lado, en un lugar bien visible, su aparato. Parece que se quiera poner de manifiesto la importancia de cada uno. Sin su concurrencia el mundo podría pararse. Aunque haya una conversación agradable, importante o intrascendente, el timbre del móvil la detiene de forma inmediata priorizando más la llamada que la persona que se tiene al lado. Muy a menudo, la persona que recibe la llamada, a fin de guardar la privacidad de la conversación, deja sola a aquella con quién segundos antes mantenía una animada charla. No obstante, puede haber momentos en que la urgencia de una llamada ha de imponerse de manera contundente, ya sea por motivos laborales o personales.
Otro uso perverso del móvil puede ser en los espectáculos, sin discriminación de ningún tipo: cine, teatro, conciertos, etc. En el cine, antes del inicio de la película, se avisa de la necesidad de silenciar el aparato, no obstante algunas veces suena algún timbre que rompe sin contemplaciones la magia del momento. Pero todavía hay que añadir otro inconveniente: la luminosidad de la pantalla que, dada la obscuridad de la sala, toma un protagonismo totalmente inmerecido. En el teatro el aviso es más contundente, no sólo se pide silenciar los móviles, sino que deben apagarse para evitar, dicen a veces, interferencias con otros aparatos, pero seguramente también para ahorrar las molestias que puede producir la luminosidad de la pantalla en caso de consultarla. Resulta curioso ver que algunas personas aprovechan los últimos instantes antes del inicio de la obra mirando la pantalla del móvil. Lo mismo se podría decir en los conciertos donde la irrupción del sonido insistente de una llamada puede deslucir la sonoridad de unas notas fruto de muchos ensayos, por no hablar del respeto que se debe a los artistas y al público.
Ciertamente, la progresiva implantación de estos aparatos ha creado en las personas nuevas necesidades, como la de estar permanentemente conectados, de saber que hacen nuestros amigos y conocidos en cada instante y también que ellos sepan, con la misma frecuencia, cuales son nuestros quehaceres: que estamos en un restaurante comiendo una excelente paella o hemos ido a pasear cerca del mar. Los más jóvenes son especialmente sensibles a esta necesidad de publicitar la vida sacrificando así un espacio de su privacidad. Parte del placer de ir a un sitio o estar con una determinada persona es que sea conocido por los «amigos», a pesar que a veces pueda tener un efecto perverso.
Las potencialidades de los móviles son inimaginables en un futuro más o menos lejano. Nos cuesta todavía determinar los límites desde una perspectiva actual ya que las prestaciones de los aparatos serán muy superiores a las de hoy. Seguramente se convertirá en un aparato necesario para la vida ordinaria, pero tendremos que hacer un esfuerzo para darle un espacio adecuada, una máquina que esté al servicio de la persona, pero evitando que la persona sea deudora de la misma y sin perder de vista que cualquier persona de nuestro entorno es infinitamente más importante que una máquina. Siempre la persona en primer lugar, luego la máquina.
1 comentari
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